Sacrificio oscuro

Buscaba entre las tinieblas una excusa para odiarle, pero a medida que lo hacía, más quería amarle. Miró sus labios una larga mañana con intención de besarles y quedarse ahí una eternidad. Planificó una matanza por cada noche y para bien o para mal, sin reproche. Todas ellas iban en su honor para que se enterara de cuánto le quiere, lo mucho que le admira y anhela. Aquella joven lo observaba queriendo abrazarle hasta la muerte, en donde se detendría solo si se asfixia demasiado para no asustarle.

La sangre está en todo el lugar, la mayor parte de la proporción viene de su corazón. Él no lo ha roto pero pronto lo hará y como este tan frágil es, un par de no te quiero bastarán. Es de noche otra vez y él no para de emocionarse con cada asesinato que le ve a ella cometer. Comienza a colaborar y al notar que cada víctima es proveniente de sus previos secuestros, este se detiene y grita: “¡es una locura!”, pero ella sabe muy bien que una locura de verdad no es tan simple como esa. Empapada en sangre propina un corte en su mano izquierda para lamer la herida de manera sensual, con su mano le obliga a repetir el mismo acto consigo misma a fin de sofocarse con lo excitante que le parece la situación. Jala de su brazo y resbala cayendo en un charco de amargo veneno carmesí, en donde sumerge sus sueños de estar a su lado hasta el amanecer de los no vivos. Se avalancha sobre él y muerde su cuello de forma sutil y menos vampirística de lo que alguna vez imaginó. Poco a poco se aproxima a sus labios y le da el beso más eterno que podría desear, cierra sus ojos y todo es tan oscuro como sus almas. De pronto no distingue dolor de placer y palpa su cavidad abdominal para descubrir el porqué de ese ardor, comienza el fluir de la catarata sanguinaria que proviene de sus entrañas. “Las heridas físicas no son nada”, pensó. Él rompió su corazón.

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